EL ONCE FANTASMA

Pedro Escartín bautizó al Granada CF (el Recreativo Granada) con el apodo de "Once Fantasma" cuando este club era un recién llegado a la competición pero ya andaba codeándose con equipos de solera y aspiraba a lo máximo.
En este libro se narran las vicisitudes por las que atravesó el Recreativo en sus cinco primeros años de existencia y también se recogen los sucedidos ciudadanos más impactantes de aquella época revuelta que fue la de la II República.
En la foto de cabecera se ve al Recreativo que se enfrentó al Gimnástico de Valencia en el campo madrileño de El Parral, 21 de febrero de 1934. De pie: Sosa, Tomé, Calderón, Luque, Itarte, Carrera, Victorio y Tabales; agachados: Gomar, Morales y Herranz.
Para adquirir un ejemplar firmado y dedicado por el autor (20 €), dirigirse a
jlramostorres@gmail.com


Historia del Granada CF



miércoles, 1 de agosto de 2012

LA TARTA Y LA TORTA



En la foto vemos la enorme tarta que representa lo que fue la gran obra de Candi, la tribuna del viejo Los Cármenes, que amplió el aforo del estadio en más de cinco mil nuevas localidades (todas muy apretadas, eso sí) cuando en 1968 le añadió su parte alta y cubierta. La foto tiene fecha del sábado 30 de enero de 1971 y se tomó en la cena homenaje a D. Cándido Gómez en el que estuvo presente el gobernador civil de la provincia, Leyva Rey, que le impuso la medalla de oro al mérito deportivo, concedida por la Federación Andaluza de Fútbol. El acto tuvo toda la brillantez que cabe imaginar y todos salieron felices y contentos después de dar cuenta de una sabrosa cena rematada con la tarta que vemos como postre.



Lo malo es que al día siguiente alguien se encargó de aguar la fiesta. Los elementos en forma de copiosa lluvia y, a ratos, nieve también aportaron lo suyo, pero el principal responsable del berrinche fue un señor vestido de negro, Guruceta.



El amigo Raulillo, que suele dejar a pie de post comentarios de halago por los cuales le estoy muy agradecido y que también suele preguntar sobre cosas de la historia de nuestro equipo, hace ya algún tiempo manifestaba su deseo de saber algo acerca de los escándalos arbitrales más sonados ocurridos en Los Cármenes. En contestación a Raúl hay que decir que grandes follones provocados por errores arbitrales hay varios en la historia rojiblanca. El más antiguo del que tenemos noticia es de 1947, en el primer partido de la temporada, frente al Castellón, con Gojenuri de malvado facedor de tuertos. De ahí a 1957, segundo partido de liga y primero en Los Cármenes, pero ya de Primera, con la visita del Real Madrid y Ortiz de Mendívil de triste protagonista.



Personalmente yo puedo hablar con más propiedad de otros que ya sí viví de cerca, como el que provocó el árbitro Bueno Perales en un Granada-At. Madrid de la 72-73, o el de Franco Martínez de la 73-74, frente al Barça de Cruyff, de donde nació aquella frase infamante de Asensi y no sé qué de una guerra. Otros los recuerdo con menos intensidad, como el de la 81-82 en un partido de Copa ante el Linares, con graves incidentes provocados por el colegiado Yuste González, que trajeron como consecuencia que por primera vez en su historia Los Cármenes fuera clausurado y el siguiente partido hubiera de jugarse en La Rosaleda. Y otro partido de Copa trajo una nueva clausura, por dos partidos en esta ocasión, en la que hubo que trasladarse al Maulí de Antequera y a La Victoria de Jaén; esto ocurrió en la 83-84 después de un partido frente al Cartagena del que sólo se jugaron sesenta minutos y el que la lió se llamaba Mazorra Freire.



Pero para mí ninguna marimorena arbitral como la que ocurrió la tarde de lluvia y nieve del 31 de enero de 1971. El rival era el Sevilla de “míster látigo”, el austriaco Max Merkel. Un Sevilla que estaba muy lejos por entonces del de los “stukas” de después de la guerra y más lejos aún del actual, que gana torneos internacionales. De hecho, a la temporada siguiente dio con sus huesos y sus carnes en Segunda. Los nuestros por su parte eran ya el esbozo del gran Granada que al año siguiente alcanzaría sus mejores registros. Por entonces Porta apenas era un desconocido, aun para los propios aficionados rojiblancos, a pesar de que ésa era ya su tercera temporada entre nosotros



Pero nadie como Porta para marcar goles bonitos y raros de ver. Esa tarde Porta consiguió un gol como yo no he vuelto a ver en los casi cuarenta años que ya han pasado. Ni siquiera algo que se le parezca un poco. Y eso que un servidor es un futbolero de pro, capaz de asistir a cuatro o cinco partidos cada fin de semana sin importarle demasiado la categoría y la exquisitez de lo que se ofrezca.



Yo entonces apenas llegaba al metro sesenta y en la grada de General, cuando llovía, con todo el mundo de pie y cada uno con su paraguas, solo se alcanzaba a entrever la banda de Tribuna. Por eso me recuerdo encaramado en la valla superior del viejo graderío, haciendo equilibrios para no esnoclarme, que diría un castizo. Desde allí fui de los pocos que vieron a Porta interceptar con su pie derecho, en un salto de acróbata, un saque con la mano y hacia el lateral del portero Rodri y mandar el balón a la red por toda la escuadra con una parábola mágica.



Algo de suerte hubo para que el balón acabara dentro de la portería, pero fue un golazo como el Veleta de grande. Pero Guruceta, que no vio la jugada y eso se llama error de bulto, anuló el gol más bonito y más legal que yo he visto en mi vida, por fuera de juego posicional de Barrios, otro que tampoco vio el gol pues estaba de espaldas y muy lejos del portero. Todo ocurrió tan rápido que sorprendió a muchísimos de los que allí estábamos, incluso al árbitro, que pitó lo primero que se le ocurrió (siendo benévolos), y desde ese día pasó Los Cármenes a engrosar la lista de campos vetados para este peculiar árbitro que llegó a estar recusado por más de media docena de clubs. En empate a cero acabó el partido.



Como aquel día llovió a mansalva desde por la mañana, no se habían alquilado demasiadas almohadillas de la Cruz Roja. No fueron las treinta mil que ya había cosechado en Barcelona, pero el referí tuvo que oír voceada a toda su parentela en los siete u ocho minutos que faltaban y soportar que le cayera encima todo lo caíble cuando se retiraba a los vestuarios a cuyas puertas lo esperaron varios cientos de indignados hinchas hasta más de tres horas después de acabado el partido, mientras Guruceta abandonaba el estadio por la puerta de General.



La gurucetada no le costó seis meses de suspensión porque desde luego el Granada no es el Barça. No le costó nada, al revés, porque por escándalos como éste, que repitió por distintos estadios españoles, llegó a adquirir cierto cartel, sobre todo entre los que no tuvieron que sufrir sus cosas. A casa tuvimos los forofos que irnos refunfuñando nuestras cuitas por el nuevo negativo y por la injusticia del resultado. Aquel gol de Porta, único, sublime, incomparable, no valió, pero, como en la copla, tatuado aquí lo llevo y lo busco por todas partes sin encontrarlo.



Dedicado a Porta. A Enrique y a Rafa, claro.

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