EL ONCE FANTASMA

Pedro Escartín bautizó al Granada CF (el Recreativo Granada) con el apodo de "Once Fantasma" cuando este club era un recién llegado a la competición pero ya andaba codeándose con equipos de solera y aspiraba a lo máximo.
En este libro se narran las vicisitudes por las que atravesó el Recreativo en sus cinco primeros años de existencia y también se recogen los sucedidos ciudadanos más impactantes de aquella época revuelta que fue la de la II República.
En la foto de cabecera se ve al Recreativo que se enfrentó al Gimnástico de Valencia en el campo madrileño de El Parral, 21 de febrero de 1934. De pie: Sosa, Tomé, Calderón, Luque, Itarte, Carrera, Victorio y Tabales; agachados: Gomar, Morales y Herranz.
Para adquirir un ejemplar firmado y dedicado por el autor (20 €), dirigirse a
jlramostorres@gmail.com


Historia del Granada CF



miércoles, 4 de septiembre de 2013

ALBERTY, LA LEYENDA


Dicen de él que cuando tenía que intentar parar un penalti se subía a su larguero para desde allí lanzarse a por el balón.
 
Julio Alberty Kiszel (Debrecen, Hungría, 1911-Granada, 1942) puede simbolizar como nadie el fútbol de la España de pre y posguerra. Un deporte en blanco y negro pero que ya era plenamente profesional en una España también en blanco y negro. Es el periodo que transcurre entre la dictadura del general Primo de Rivera y la del general Franco, pasando por una república y una guerra civil y con toda una guerra mundial como telón de fondo. Tiempos en los que predominaba un juego de bastantes menos precauciones defensivas y en el que los guardametas solían ser cañoneados a placer y, por eso, tenían más ocasiones de demostrar su valía. Tiempos en los que los a los futbolistas con problemas de alopecia no les importaba jugar cubriéndose sus vergüenzas capilares con la castiza boina.

Y también es Alberty el símbolo granadino del futbolista de leyenda, porque en Granada tenemos también una leyenda con un portero húngaro como víctima del infortunio. Es una fábula de andar por casa y no es muy conocida fuera de nuestra ciudad. Pero tiene las resonancias líricas de las desventuras de otro portero húngaro, Platko, el de la oda de otro Alberti, Rafael.

Unos dicen que lo mató el piojo verde, otros que fue un balonazo o una dura entrada del “stuka” Campanal. Otra versión dice que fue una pulmonía, que lo agarró mientras deliraba de fiebre en un pasillo de hospital, en unos tiempos anteriores a la penicilina.

Sólo estuvo entre nosotros seis meses y sólo catorce partidos defendió la portería rojiblanca, pero le bastaron para ser muy querido de la afición. Los pocos que quedan que lo vieron jugar lo recuerdan como un porterazo, volando y atajando balones imposibles o saliendo de su marco con mucha seguridad y valentía. A los treinta años de edad se quedó para siempre en Granada este húngaro que se nutría de zumo de naranja entre jugada y jugada.

El 9 de abril de 1942, a la vez que 200.000 japoneses ocupaban las islas Batán, en Filipinas, moría tras un mes de enfermedad en el sanatorio de la Purísima, acompañado de familiares y de José Manuel González y Paco Bru. Dos días después el Granada cerraba el fichaje del llamado a ser su sustituto, el portero canario internacional del Hércules (por entonces, Alicante) Pérez, que en ningún momento hizo olvidar al húngaro.

Casi setenta años después, Alberty sigue vivo en la memoria del granadinismo como uno de los mejores porteros que tuvo el Granada en toda su historia.



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